El Grau

HISTORIA DEL GRAU

A orillas del mar y a tres kilómetros de la ciudad de Gandia se encuentra su puerto, abrazado por la población llamada Grao de Gandia, Hoy es un importante barrio de aquella ciudad, pero ni siempre ha sido tan importante ni aun siquiera llegaba a la categoría de barrio.

Aunque es presumible que ya en tiempos anteriores a la Reconquista hubiese aquí —el punto más favorable en muchos kilómetros de costa— un establecimiento por don­de la comarca se relacionara con los próximos embarcade­ros de Cullera, Valencia y Denia; por lo menos, las noti­cias más remotas que de él tenemos ascienden al momento de la reconquista por el rey Jaime I el Conquistador.

De los datos escritos que conocemos se deduce que hubo en principio una Casa del Grau de la Mar y una Casa del Llavador —lavadero de lana—, situadas a ambas orillas del río San Nicolás; aquella en la parte sur y ésta en la norte.

La Casa del Grao era realmente un caserón formado por dependencias anejas y distintas: una torre fortificada en el lado norte y junto al mar, que estaba a cargo de los soldados del rey, a quienes estaba encomendada la vigilan­cia y defensa de la costa, desde Jaraco a Piles Un alfondech o alhóndiga que ocupa la mayor parte del edificio y estaba situado en la zona sur; estaba dispuesto alrededor de un patio central y en él se depositaban las mercancías que tenían que ser reconocidas o almacenadas, procedentes o destinadas al comercio exterior. Entre ambas partes había un Cuerpo habitable y habitado, tanto por los citados sol­dados cuanto por el guardián del alfondech.

Este caserón fue propiedad particular hasta que en 1494 lo compró el duque Juan de Borja. Siglo y medio después la alhóndiga pasaba otra vez a manos de particulares y a mitad de la pasada centuria era propiedad de diecisiete ve­cinos. La torre acabó por desplomarse en 1888.

En la otra parte del río, y un poco aguas arriba, el lava­dero de lana debía de estar cerca del Molí draper de Sant Nicolau, que ya encontramos en un documento de 1373; era una casa grande, sin las proporciones de la anterior, y tam­bién se dividió entre particulares después que en 1715 el du­que de Gandia la concedió a censo.

El progreso de ambos caseríos, unidos por un puente de madera, fue muy lento hasta el pasado siglo: en 1831 sólo tenían en conjunto treinta vecinos, que podemos eva­luar en unos 140 a 150 habitantes. Mas la expansión eco­nómica a que obligaba la venta de la pasa y las hortalizas y la importación de madera y carbón inglés, multiplicó los almacenes, dio vida al embarcadero y trabajo a tanta gente, que cincuenta años más tarde el Grao de Gandia —conjunto de ambos caseríos— había cuadruplicado su población.

Pero el auge de esta población está, naturalmente, ligado a la construcción del puerto, hoy en cabeza de la exportación frutera de España, y a cuyo origen van unidos los nombres de Gutiérrez Más, Rausell, Ribas y Móran Roda. El 23 de junio de 1886 se colocaba la primera pie­dra, entre el desbordado entusiasmo de gandienses y graueros. Las medidas aproximadas del puerto son: 1.100 me­tros de longitud, 150 de anchura y 7 de calado máximo. Aun cuando la zona de atraque y la dotación de material es más que insuficiente, la organización, capacidad de tra­bajo y eficiencia de los obreros portuarios es tal que lo suple con creces.

Si la descarga de carbón fue uno de los motivos fun­damentales de su creación, esta materia hoy apenas cuenta. Nuestro puerto es primordialmente exportador: nueve dé­cimas del tonelaje total corresponden a los embarques y de ello el 97 por 100 a la naranja, que oscila entre 200.000 y 300.000 toneladas, según los años. De las importaciones, el 95 por 100 lo forman los abonos químicos, que pode­mos situar entre 20.000 y 30.000 toneladas.

El movimiento es muy intenso desde diciembre hasta abril, bastante menos en noviembre y mayo —principio y fin de la temporada naranjera— y está prácticamente desierto durante el largo verano.

La pesca, en otro tiempo más importante, apenas cuenta en la economía de esta población. También va perdiendo terreno la agricultura, en relación a las demás fuentes de riqueza; explota las zonas de huerta y marjal que se ex­tienden por el norte y oeste de la población y en donde se cosechan principalmente hortalizas y arroz.

Con el paso del tiempo la importancia de nuestra playa crece en proporción geométrica. En su evolución se obser­van tres etapas:

Hasta principios de siglo veraneaban en su marell,—pequeña propiedad junto al mar y compuesta de casa, noria, huertecita, parra e higuera— algunos vecinos de Gandia, que de noche formaban animadas tertulias. Sólo en días de fiesta se veía concurrida la playa por gentes que con sus carros se trasladaban allí para pasar un par de días. La zona de los marells está al sur, a ambas orillas del Serpis.

Desde los años veinte a cincuenta, en la playa norte, varios gandienses adinerados o comerciantes, y algunos alcoyanos, edificaron confortables chalets, en los que vera­neaba permanentemente la familia mientras que ellos iban y venían a la ciudad para atender sus negocios. Durante este período la playa tiene un carácter casi exclusivamente comarcal

Pero hace unos pocos años —cuatro o cinco— el tu­rismo nacional e internacional empezó a descubrir las ex­celencias de nuestra playa: excelentes comunicaciones, mar tranquila, fondo uniforme, anchurosa e inacabable banda de fina arena, etc., y ha comenzado a volcarse sobre ella. Los hoteles y apartamientos de todo tipo se multiplican y los servicios realizados o en proyecto cumplen a las necesida­des de esta creciente afluencia, intentando equiparar las comodidades a la esplendidez de la Naturaleza.

La población veraniega puede estimarse en unos 6.000 a 7.000 residentes; en los días de fiesta se duplica fácil­mente esta cifra.

Del trabajo de la tierra, las ocupaciones del puerto y los servicios propios de la zona portuaria y veraniega vi­ven los 4,000 habitantes que tiene hoy el Grao de Gandia. Y como la temporada de baño y sol viene a coincidir con la época de paro en el puerto, supone un magnífico complemento económico para los vecinos del puerto, quienes se esfuerzan en poner a disposición de los turistas toda cla­se de servicios y comodidades.

Texto de Josep Camarena publicado con motivo de la inauguración de la Iglesia de San Nicolás. Año 1962

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